Crónica suave y valiente de mi tercera parálisis facial
Hay momentos en la vida en los que el cuerpo deja de susurrar y empieza a hablar fuerte.
A veces habla con cansancio, otras con ternura… y otras, como ahora, con una parálisis que llega sin avisar, como una pausa impuesta en mitad del camino.
Esta es mi tercera parálisis facial.
Y aunque suene duro decirlo, también es mi tercera invitación a mirarme más adentro.
No es sencillo.
Hay días luminosos donde siento que todo va a mejorar, donde el movimiento regresa suave como un amanecer, donde siento mi energía creativa parpadeando otra vez.
Y hay días oscuros. Días donde la frustración pesa, donde me pregunto por qué otra vez, por qué ahora, por qué así.
Pero la vida —qué maestra tan paciente— siempre encuentra una manera de detenernos cuando ya no sabemos cómo frenar.
En esta pausa, estoy aprendiendo a escuchar mi cuerpo desde otro lugar.
No desde la exigencia, sino desde el amor.
Desde el “estoy aquí contigo”, aunque duela, aunque incomode, aunque a veces me desespere no ver resultados inmediatos.
He entendido que esta etapa no vino a destruirme, sino a recordarme lo que olvidé: que también merezco descanso, cuidado, ternura… que mi misión de guiar, inspirar y acompañar a otras mujeres no puede sostenerse si yo no me sostengo primero.
En medio del dolor físico, también he sentido una gratitud enorme.
Personas que nunca imaginé han aparecido con palabras que acarician el alma, y otras se han desvanecido sin ruido, como si esta pausa también limpiara mi vida de lo que ya no vibra conmigo.
Y aquí estoy:
entre terapias, lágrimas, hormigueos, risas nerviosas, pequeñas victorias y una fe que no se quiebra.
Contando esta historia no solo para sanar, sino para acompañar a quien tal vez también esté viviendo su propio silencio corporal.
Mi cuerpo, aunque inmóvil por momentos, está despertando algo profundo: mi verdad, mi sensibilidad, mi energía femenina, mi camino como guía y creadora.
No sé cuánto durará este proceso, pero sí sé algo: lo estoy viviendo con el corazón abierto.
Con fe.
Con paciencia.
Con amor hacia mí.
Y cuando vuelva a sonreír completa —porque sé que volveré— esa sonrisa llevará dentro todo este camino:
la pausa, el dolor, la enseñanza, la luz.
Hoy, simplemente, estoy aprendiendo a escuchar.
A recibir.
A ser.
Y desde aquí, desde esta etapa tan humana y tan espiritual, sigo compartiendo mi luz con el mundo… incluso en los días en que esa luz tiembla un poquito.





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